miércoles, 21 de mayo de 2008

Hoja de Vida - Durante la siesta

Domingo. Día de otoño.
Hacía poco se habían casado y (por fin!) habían podido volver al pueblo a visitar a los padres de Ella.
Ella, una señorita toda modosita que se consumía en llamas cada vez que él la tocaba.
El, un flacucho con cara de nada y barba de militante izquierdoso, que vivía en llamas.
Ella usaba unas faldas brevísimas y tenía la costumbre de agacharse de improviso a levantar algo del piso... sin flexionar las rodillas.
El, que usaba los jeans bastante entallados tenia problemas para ocultar el efecto que le causaba tal conducta de ella.
Supongo que la suegra habrá adivinado lo que pensaba porque cuando por fin pudo despegar la vista de aquella visión celestial, se cruzó con los ojos de "la suegri", quien se sonreía no exenta de cierta picardía.

El almuerzo transcurrió dentro de lo que podía esperarse: Una buena mesa con buena comida y chistes de campo. El suegro, hombre trabajador, había vuelto del campo con lo acostumbrado: leche recién ordeñada, unos huevos, fruta recién cortada y unos chorizos de campo que había elaborado la última vez que facturaron un cerdo.
Se dio por finalizada la comida y todos se prepararon para el segundo acontecimiento más importante después de levantarse: La Siesta.

El se acostó primero, instado por Ella, quien se quedó a lavar los platos junto con "la suegri".
Para cuando fue a la habitación (a oscuras), El ya roncaba.

Se quitó la ropa y, con todo el amor de novia recientemente devenida esposa, decidió no despertarlo y ocupar un lugarcito a su lado.
Apoyó una rodilla en el borde de la cama y, con toda la suavidad que pudo, extendió su otra pierna por encima de él casi montándolo.
Cuando giró para tomar las sábanas (a su espalda) sintió las manos de El, que la tomaba de la cintura, recorriendo su talle.
Le desabrochó el sostén pese a la (fingida) resistencia de Ella.
Esas lunas cayeron como dos gotas de merengue sobre su pecho y el las saboreó con lentitud.
Ella soltó su rodete. El cabello rodó cubriendo la espalda, envolviendo la cabeza de El.
Ella lo abrazó, frotándose contra su boca abierta y húmeda.
Sus rosados botones se erigian en mojones de una tierra sedienta de mimos.
Le abrazaba la cabeza, despeinándolo, tallando cada parte de ella, guiándolo donde arreciara su deseo.

Las manos de El recorrían la blanca espalda de Ella cual invidente reconociendo a una escultura tibia y palpitante.

Subía y bajaba sus dedos al recorrer la espalda. A veces acariciaba cerca del centro casi en la columna, provocando que ella se enderezara y suspirara, deleitándose.
Se detenía en la cintura, perfilando las suaves protuberancias de sus caderas, ansiosas de su presencia.
Ella, sintiendo frío, tomó la camisa de El y se la puso para cubrirse.
Aprovechando que ella tenía los brazos en alto, El la puso de espaldas y se encaramó.
Ella separó las rodillas para cobijarlo.
El aliento entremezclado de ambos se enredaba con sus lenguas, que jugaban una persiguiendo a la otra.

Ella sentía un segundo corazón de El latiendo allá abajo, apenas contenido por la única prenda que El vestía.

Subió sus piernas hasta que sus pies llegaron a la altura de la cintura de El y, con los dedos enganchó la prenda interpuesta para bajársela hasta donde pudiera.
El sintió la libertad y rozó las piernas de Ella con aquello que ambos esperaban envolver en esa funda que se ofrecía apenas cubierta por una minúscula prenda.
Bajó una mano y la deslizó debajo de ese paño ya humedecido.
Ella se arqueaba debajo de El y, rodeándole el talle con sus brazos, se agarró de los hombros para poder apoyarse en los talones y frotarse contra el objeto de su deseo.
El buscó entre los pliegues hasta que encontró la cereza y hundió su dedo medio arrancándole un gemido contenido. Ella se contorsionaba como en un estertor de muerte. El iba y venía dentro de la seda que acariciaba su dedo.

La respiración de Ella se volvió irregular y entrecortada.

El retiró lenta y suavemente el explorador y acarició la cereza con la dedicación de quien pule un espejo.
Ella apretaba sus párpados como si sus ojos se hubieran retraído para mirar por dentro. El cerró los suyos para dejarse invadir por el exquisito aroma emanando de aquella mujer embriagadora.
Ella lo besaba mientras se frotaba con todo el cuerpo, incitándolo.
Finalmente El removió el último obstáculo que los separaba.

Ella abrió las puertas de su nido para hospedarlo.

El segundo corazón recorrió las inmediaciones del estrecho habitáculo que le esperaba humedo y tibio, palpitante.
Ella suspiraba y al final de cada exhalación dejaba escapar un tenue gemido reclamando el remedio para su ansioso estado.
El apoyó su redondeada y firme anatomía sobre la cereza y la frotó como brindando por lo que harían. Ella estaba inconteniblemente trémula. Su boca era un volcán donde habitaba una serpiente que buscaba la que se escondía en la boca de El.
En ese momento El decidió concederse el gusto de deslizar en el interior de aquel recinto tan cálido y contenedor.
Ella elevó sus caderas para apresurar la reunión de sus llanuras pélvicas.
El, apoyándose en sus rodillas, hizo fuerza para frotarse contra Ella.
Ella a su vez hamacaba sus nalgas hacia los lados trazando un óvalo en torno al palpitante eje que la conmovía.
El, cada vez más, presentía que el desborde era inminente y sabía que si Ella no llegaba a la cima antes que El, luego el esfuerzo no alcanzaría para remontar lo que dejara inconcluso.
Asi que decidió reducir sus impetuosos movimientos hasta que Ella latiera y le hiciera sentir que lo había logrado.
Ella apretó sus piernas y lo abrazó casi inmovilizándolo.
El se convenció que había llegado su momento y con unos pocos y vigorosos movimientos estalló muy profundamente dentro de Ella, con una fuerza tal que unía satisfacción con agotamiento.

Estaba justo en medio de esa tan especial y rígida posición, cuando la claridad invadió el ambiente mientras escuchaba a sus espaldas la alegre voz de "la suegri":

- Chicos...! Vienen a tomar mate?

Desde ese día, "la suegri" no volvió a entrar a la pieza sin anunciarse.

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