domingo, 3 de julio de 2011

Hoja de Vida - Noche de Olimpíadas

Alguien debe entrar en las llamadas "zonas peligrosas". Es la forma en que la mano del juez llegue a toda su jurisdicción (lat: iuris-dictio - hasta donde llegan los dichos del juez).

En la ciudad de Buenos Aires (C.A.B.A. para los puristas) existen asentamientos precarios mejor conocidos como asentamientos de emergencia o villas, a secas.

Durante un año y medio me tocó trabajar en los barrios Lugano y Soldati, cuyas villas son temidas por los ciudadanos que se consideran respetables.

Por orden de una fiscalía tuve que ir a la manzana 7 de la villa 3 "Fátima" para entregar una citación a Alejandro B. por infracción al Art. 49 bis (Código Contravencional viejo - tenencia o portación de arma de fuego de uso civil y su suministro).

La villa 3 es un barrio pequeño, delimitado en una región de cuatro calles por cuatro.

En ese lugar la manzana 7 es la más "picante", lo cual significa que en ciertos momentos del día - mas bien diríase la noche - las cosas se ponen ásperas.

Así las cosas, visité, de día, tres veces la casa del tal Alejandro B. sin resultados esperanzadores: la puerta estuvo cerrada con cadena y candado.

Una noche, antes de vencer el plazo de 96hs que tenía, decidí ver la cara del susodicho.

En el auto tenía una campera de jean vieja, gastada, ideal para llevar a cabo el plan.

Dos días sin afeitar y con el cabello revuelto, zapatillas de gamuza azul embarradas de una visita anterior sirvieron para darme la mínima cobertura de anonimato.

A eso de las 20:30 hs. notifiqué con habilitación de días y horas inhábiles (fuera del horario de 7 a 20 impuesto por la Justicia) en Lugano. Regresé por Av. Fernandez de la Cruz y tomé por Av. Mariano Acosta. Entré por Riestra y estacioné el auto, un modesto Fiat 147, frente de la remisería junto al pasillo.

Caminé hacia la avenida Mariano Acosta para ingresar por el segundo pasillo, el que lleva directo a la casa del desconocido Alejandro B., siguiendo los consejos de mi finado tío Luis, antiguo sargento ayudante del malquerido Ejército Argentino.

"Nunca ingreseses a un lugar de donde no sepas cómo salir".

"Cuando debas regresar a un punto, siempre debes trazar una ruta de sólo ida. Evitarás las emboscadas".

Con esas indicaciones, pues, me propuse entrar por el pasillo más oscuro e irme por el más iluminado y corto hacia el auto.

Llegué al centro de la manzana 7. Julio de 2004. Iluminación "a giorno". Tanto, que no pude ver sombra alguna. Los muchachos disputaban un partido de voley con red y todo.

Encendí un cigarrillo para darme una excusa y bajar la vista para mirar de reojo la puerta del esquivo Alejandro.

Maldije por lo bajo. El candado enlazó la cadena en forma diferente a la que vi cada día, señal inequívoca de la llegada y salida del buscado.

El partido se desenvolvió con cierta normalidad y pude apreciar que se trataba de una selección de Paraguay versus otra selección también de aquel país.

Al finalizar el cigarrillo, me dispuse a abandonar el lugar porque a las 21:30hs no había excusa posible para justificar mi presencia.

Antes de tirar el pucho caí en cuenta que un flaquito me tenía "clavado" con la mirada.

Decidí pisar el filtro al pasar junto a él y, de paso, evitar el cruce de ojos.

Se cruzó en el camino y no me quedó más remedio que alzar la vista.

Escuálido, ojos oscuros grandes, cabello negro lacio, campera grande para él, jean gastado (como los míos), zapatillas tenis. De su mano derecha colgó un bolso con aspecto pesado.

- ¿A quién buscás? - no se anduvo con vueltas.

- A Alejandro B.

- ¿Sos del palo?

- No.

- ¿Querés comprar? Tengo de todo.

- Hace rato que no compro - ¿qué sé yo lo que vendía?

Miró algo en mí y evaluó, veloz, su próxima batería de preguntas.

- ¿Cómo es?

- Chileno, moreno, alto, no sé, como cualquiera.

- ¿De dónde lo conocés?

- No lo conozco - y ahí comprendí el peso de las palabras - me lo refirieron.

El puto diccionario. No pude desprenderme de él. Demasiada formalidad.

- Decime la verdad - fue un cuchillo hundido en mi garganta seca - vos venís de un juzgado.

- Sí - tuve que conceder.

- ¿Sos juez? ¿Secretario? - se me escapó una risita.

- ¿Vos creés que un juez o un secretario vendrían aquí, a esta hora, vestidos así?

Sonrió una hilera de dientes blancos.

- Te admiro los cojones.

- ¿Por qué? - ingenuo de mí.

- Porque aquí no entra nadie.

- Mirá - separé las manos - Dios protege a los inocentes y a los boludos. Inocente ya no soy.

Se rió de buena gana.

- ¿No me reconocés? - se mostró a la luz para que pudiera verlo mejor.

- No. Ni ahí.

- Fijate bien. Soy Dany T. ¿No me viste nunca?

- No. Jamás.

- ¿Te acordás de la banda que robaba blindados en los '90?

- Si.

- Bueno, yo era el menor de la banda. Ya pagué por lo mío - cambió el bolso de mano y observé verrugas en la libre que me ofreció.

Sin dudar le dí un apretón de mano pensando en que debería haberlo evitado.

Volví a maldecir por lo bajo. En caso de una redada, ¿cómo explicar mi presencia allí y con ése tío? Hice un gesto para indicar que deseaba irme.

- ¿Para qué lo buscás?

- Para entregarle una citación.

- ¿Es importante?

- Sí. Debe presentarse a hablar con el fiscal.

- ¿Y si no se presenta?

- Soy la última oportunidad que tiene para presentarse por las buenas. Si no, vendrán los muchachos y se va a poner divertido.

- Te lo busco.

- No, dejá. Me voy.

Insistió y no me quedó otra que aceptar su convite.

- ¿Dónde me esperás?

- Aquí, en lo del paraguayo - señalé el garage donde un paraguayo ofició de barman.

- ¿En lo del paraguayo? - Alzó la voz en medio del griterío por el partido.

- Shhh, bajá la voz.

- ¡Estos paraguayos vienen al país, se quedan a vivir acá, no pagan impuestos! ¡Estos son todos transas! (comercian estupefacientes).

Lo miré con sorpresa y sospecha. Acusó el gesto.

- Bueno, yo estoy de paso. Vivo en otra parte pero vengo a visitar por acá.

- Bueh.

- Esperame, lo voy a buscar - y se perdió en el gentío.

Regresó a los diez minutos.

- Estuvo en el Carrillo (el barrio al lado de la villa) pero ya no vuelve. Salió a "trabajar".

- Me voy.

- Te acompaño. ¿por dónde te vas?

- Al auto. Lo dejé en la remisería.

- ¿En la remisería? - se rió con exageración - ¡Es el "delívery"! (de droga, claro).

Camino hacia el auto uno de los pibes sentados en el pasillo preguntó a Dany.

- Dany, ¿tenés un fierrito?

- Ahora vuelvo.

Subí al auto y me fui.

Al otro día regresé y encontré al requerido.

- Buen día. ¿El Señor Alejandro B.?

- Soy yo ¿dónde hay que firmar?

Regresé a la oficina fumando el último pucho del paquete.

"Algunos tipos tienen palabra". Me dije.