domingo, 2 de marzo de 2008

Hoja de Vida - Número ganador

Noche. La niebla cubría todo el barrio de San Telmo o ... casi todo.
Sólo distinguía las casas que estaban a menos de diez metros de mí.
Caminé como flotando en la nada.
He visto nieblas espesas, pero como ésta, pocas veces.

En una esquina apareció Georgina, la secretaria de Pilar. La semana anterior había tenido una discusión con esa mujer. Me sentí ofuscado pues no tenía ningún deseo de hablar con ella, pero la vida es así. Increíblemente, me saludó con una amplia y beatífica sonrisa. Me sorprendí devolviendo la sonrisa y su saludo como si nada hubiese ocurrido.
Charlamos un momento y ¡hasta me disculpé!.
Georgina se perdió entre la bruma.
Apareció “La Polaca”. ¡cómo me gustaba la rubia esa!.
Pasó apurada a mi lado. Casi ni me miró. Como siempre. ¡Pero qué linda estaba!.
La seguí con la mirada. Con gusto la hubiera acompañado hasta el mismo infierno.
Continué caminando como al principio, pero esta vez flotaba enamorado.
Había estado leyendo un periódico de los Veteranos y repasé mentalmente la lista de aquellos muchachos que ya no volveré a ver.

La niebla abandonó una esquina y así fue que lo ví al llegar bajo el farol. Vestía el uniforme blanco de fajina. Gorro, cuello, chaqueta y pantalones blancos. Sólo sus zapatos eran negros.
¡Cabo! ¿Qué hace aquí?
(sonriendo) ¡José, qué sorpresa! ¿Cómo te va?
Pero... ¡Usted está muerto! ¡No puede ser!
Pero ¿cómo voy a estar muerto, si estoy aquí?
Yo leí su nombre en la lista de muertos del Crucero Belgrano.
¡Pero qué cosas decís, José! ¿No ves que estoy aquí, charlando con vos?
No pude resistirlo. Era demasiado fuerte para mí. Desperté traspirando.
Al llegar a la oficina corrí a contarle a Carlitos, el agenciero, aquel sueño extraño.
Jugale al cuarenta y ocho, Pibe, sentenció. “El muerto que habla”. Re-clarito.
Discutimos un rato sobre el contenido del sueño, la guerra y las cosas de la vida.
Al final de nuestra charla, hurgué en mis bolsillos y extendí un billete arrugado sobre la mesa. Entonces será eso nomás. El muerto que habla. Todo a la cabeza.

El resto del día transcurrió con normalidad. Georgina y yo seguimos discutiendo por banalidades administrativas, con algunas interrupciones esporádicas como, por ejemplo, el paso de “La Polaca”.
Esa tarde fui a casa, preparé mis cosas y al llegar la noche asistí a clases.
Al otro día busqué en el diario el sorteo de la quiniela. Nada, el cuarenta y ocho no salió ni a los premios. Volvimos a charlar con Carlitos sobre el sueño, buscando algún otro mensaje oculto entre las palabras de mi amigo. Nada.
Ahí fue que Carlitos tomó el diario y, dándose una sonora palmada en la frente, exclamó:
¡Qué estúpidos! ¡estaba re-clarito!.
¿De qué estás hablando, Carlitos?
Fijate qué número salió a la cabeza.
El doce. Le dije sin entender.
Ahí lo tenés. Clarito. Fijate en la “Tabla del significado de los sueños”.
Y era cierto. Totalmente evidente. Al lado del número doce, se leía claramente: “Soldado”.

Nota: Este cuento no es fantasía. Está basado en hechos y personajes reales.

Dedicado a la memoria del Cabo 2° de la Armada de la República Argentina, Raúl Florice, fallecido en el hundimiento del Crucero A.R.A. Gral. Belgrano durante el conflicto con Inglaterra por las islas Malvinas, en 1982.
Escrito en 1999

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