domingo, 2 de marzo de 2008

Crónicas de Tierra Adentro III - Gino

Despertó.
Se bajó de la cama y observó la habitación, confundido.
No. Esa habitación no era la suya. Esa cama tampoco.
¿Quién le había vestido con pijama?
La ropa que colgaba del respaldo de la silla era ajena.
Presuroso, abrió la puerta de la habitación y constató que la casa era extraña.
Se dirigió prestamente hacia la puerta de calle y giró el pestillo.
- Santa Madonna! - dijo mientras buscaba algo con qué abrir esa puerta y alcanzar la libertad.
Como al descuido levantó la vista y descubrió el llavero que, infaltable, estaba al lado del marco de la puerta de calle.
Salió y, dando fuertes resoplidos de complacencia, se dirigió hacia... ¿hacia dónde?.
La calle era extrañamente nueva. Las casas también.
Caminó diez o quince minutos tratando de reconocer el lugar.
Sí. Algunas casas le resultaban conocidas.
Allá, la casa de Torchia.
En la esquina, estaba don Tomasewicz (o Tomasevich, como le llamaban todos) quien tomaba un mate
interminablemente.
Qué avejentado ese hombre!.
Una corriente de alegría llenó sus pulmones y le dio fuerzas.
Caminando resueltamente se encaminó hacia la plaza.
Cruzó la calle y se sentó frente de la iglesia.
Era la misma, pero estaba distinta... ¿La habrían pintado?
Luego de ese instante de desorientación, recordó adónde debía ir.
Cruzó la calle hacia la izquierda y avanzó dos cuadras.
Algunas personas desconocidas le saludaron en la calle sonriendo.
Todos conocían su nombre. Pero él no conocía a ninguno de ellos.
Extraño.
Dobló en la esquina y caminó los veinte metros que le alejaban de su destino.
Se sorprendió de ver la casa de Doña Eudosia toda renovada.
Había flores en el jardín y habían cambiado algo en el frente.
Se detuvo frente a una casa y la miró con sorpresa y estupor.
¡Esa no era su casa!
En el lugar se erigía un hermoso chalet de dos pisos y un joven estaba lavando un auto nuevo.
Mientras lo miraba con los ojos desorbitados, el joven se metió dentro de la casa y una señora salió de adentro
secándose las manos con el delantal.
- ¡Gino, qué alegría! ¿vino a visitarnos?
Gino la miró extrañado que esa señora desconocida lo conociera y le llamara por su nombre.
Abrió la boca como para decir algo, pero sólo pudo decir
- La casa...
- Sí. Venga que lo acompaño a su casa.
Le tomó de la mano y, como un chico, obedeció mansamente a esa mujer que parecía saber dónde iban.
Llegaron nuevamente a la casa de donde había salido.
El se resistió y la mujer, con dulzura, insistió en que esperara un momento.
La mujer golpeó la puerta y, cuando ésta se abrió, salió una mujer entrada en años y con aspecto preocupado.
- Gino, me tenías preocupada!
- ¿Quién es usted? - inquirió Gino, indignado.
- Mi Amor, Soy María, tu esposa.
- ¡Pero usted es una vieja y yo soy soltero! - Respondió Gino, visiblemente ofuscado.
- Gino, ésta es su casa. - Confirmó la mujer que le había traído.
La señora agradeció a la mujer que lo había traído y, cumplido este ritual, lo hizo pasar.
Gino sintió cansancio y aceptó la silla que le ofreció la anfitriona.
- ¿Fuiste a dar una vuelta? - Preguntó María.
- No encontré mi casa. - Balbuceó Gino, casi a punto de llorar.
- No te preocupes, estás en casa. - Confirmó María mientras agregaba - Veni, recostate un momento que seguramente
la caminata debe haberte cansado.
Ciertamente. La caminata lo había dejado casi exhausto.
Se recostó nuevamente y aceptó el vaso de leche tibia que le ofreció María.
Lo bebió mientras María le acariciaba el cabello y le miraba con ojos llenos de afecto.
- No comprendo nada - Se quejó Gino.
- Sí. Lo sé.
- Fui donde estaba mi casa y no la encontré! - Dijo Gino con la voz quebrada.
- Es que construyeron otra casa en ese lugar.
- No puede ser! Nací en esa casa! Llevo diecisiete años viviendo ahí!! ¿Cómo pudo pasar eso? ¿Dónde están mis
padres?.
- Toma estas pastillas, te van a hacer bien - invitó la anciana mientras le ofrecía unas pastillas multicolores junto con un
vaso con agua.
- ¿Para qué son?
- Son remedios para lo que te pasa, Gino.
Obedientemente Gino ingirió las pastillas y apuró el contenido del vaso.
María lo hizo recostar con suavidad y se sentó en el borde de la cama, acariciándole con tanta dulzura que Gino sintió
que María era lo más parecido a un ángel.
Y se durmió.
Gino fue el primer hombre que conocí que viajaba en el tiempo. Literalmente.
06:57 p.m. 26/07/2007
Dedicado a la memoria de Gino Montesanto, abuelo de Alicia.

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