lunes, 9 de junio de 2008

Luis

La noche estaba húmeda y oscura. Guardé las llaves en un bolsillo y me
dirigí hacia la avenida con paso firme y decidido; Al llegar a la
esquina noté lo desiertas que estaban las calles. Miré el reloj:
apenas eran las 03:00 hs.-

Hacía frío y me levanté el cuello de la campera.
Crucé la avenida y al llegar a la esquina lo vi como esperando al colectivo.
Lo reconocí enseguida.
Me acerqué a él diciendo: ¡Luis, qué alegría verte!.
¿Qué hacés por acá y con esta noche?.
Me miró sin decir palabra, pero noté algo extraño en su mirada.
Era una mirada serena pero a la vez vacía y un escalofrío me recorrió el cuerpo.
Abrió su boca como para decir algo, pero quedé petrificado por lo que ví:
Agudos caninos sobresalían entre sus no menos afilados dientes.
Noté que sus gruesas uñas parecían garfios y un oscuro vello recubría sus manos.

Reaccioné de inmediato.
Lo empujé y, mientras él caía, comencé a correr hacia la otra esquina, más iluminada.
¡Dios mío!, me decía en voz alta intentando darme fuerzas.
¡Esto no puede ser cierto!, repetía una y otra vez.
Mientras corría, escuchaba tras de mí al pesado jadeo de Luis o como quiera que se llamara la cosa que me perseguía.
Mis pulmones parecían estallar y el aire helado taladraba mi garganta con cada bocanada.

Al llegar a la esquina, casi me atropella un auto que, por esquivarme, chocó contra el semáforo.
Quise pedirle ayuda, pero no podía perder tiempo y seguí corriendo hacia la próxima avenida. Pronto me llegaron los gritos de desesperación de aquel infortunado hombre.
Aquella cosa estaba dando cuenta de él.
Aproveché el momento para ir hacia la avenida.
Alguien me vería y, con suerte, conseguiría ayuda.
Sentía en el pecho el latir atropellado de mi corazón y me reproché fumar tanto.
Ya no escuchaba más que el ligero pisar de mis zapatillas y me detuve.
Miré hacia atrás y me alegré de no ver a aquella cosa espeluznante.
Respiré pausada y profundamente para recuperar el aliento.
Caminé los últimos metros hasta la avenida y allí, con una sonrisa de triunfo en los labios, estaba esperándome.
Quedé petrificado del terror.
Sentí cómo se cerraba mi estómago y el último latido se enfriaba en mis venas.
Fue demasiado rápido para mí y se me arrojó encima.
Quise luchar con él, pero el peso de su cuerpo aplastaba mis brazos y no podía sacármelo de encima.
Sentí su aliento y no pude evitar que me mordiera el cuello...

-¡Ay!, ¿¡Pero qué te pasa, José!?, me preguntó Alicia mientras la miraba con mis ojos desorbitados, apartándola de encima mío.
Me había quedado dormido. Menos mal, suspiré mientras me vestía.
-¡No sabía que tenías el cuello tan sensible!. Se excusó. ¡Bueno, pensé que te gustaba!. ¡No te muerdo más!. ¿Pero, qué hacés, te vas?. ¡Por lo menos, decime chau!.
-No pasa nada, dije. Voy a tomar un poco de aire.
-¿Seguro que no te pasa nada?.
-Seguro. No pasa nada. Y con ello cerré la puerta.
Bajé del ascensor y encendí un cigarrillo.
La noche estaba fría y húmeda.
Caminé hasta la esquina, y doblé hacia la avenida.
Ni un alma en la calle.
Corría una ligera brisa que comenzaba a dispersar la neblina.
Al cruzar, lo vi como esperando al colectivo...

17-07-89 / 03:05 hs

NOTA:
Colectivo = Autobús

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta!!

LILIAN dijo...

excelente!!...el encuentro con los fantasmas inconscientes, sólo posible en los sueños.