sábado, 26 de julio de 2008

Hoja de Vida - Ni pérdida ni sensación de pérdida

Ana María y yo llevábamos un año saliendo como amigarches o amigos con derecho a roce (así se le dice ahora).

Nos veíamos regularmente dos veces por semana. ¡Y qué veces!

Una noche nos sentamos junto a la mesa a conversar como siempre lo hacíamos.
Ella era inteligente.
Una flaquita con toda la onda y extremadamente práctica.

Así que, mirándome a los ojos, me dijo:
- Tenemos que hablar.
Encendí un cigarrillo porque siempre que alguien habia comenzado la conversación con esa frase... había terminado mal (para mí, claro).
- Ahá. Te escucho.- Y le di una pitada larga como para tomar tiempo.
- Estoy saliendo con tres muchachos - Me soltó sobre la cara como un baldazo sobre la vereda, a la hora de la siesta. - ¿Te jode? - Preguntó como si yo tuviera alternativas.
Y la puta, no tenía. Si le respondía que sí, la respuesta era más que obvia. Y yo no estaba dispuesto a perderla.
Si le decía que no... pues ajo y agua. A joderse y a aguantarse.
Le dí otra pitada al cigarrillo que a estas alturas parecía una mecha rápida.
Ella me miró a los ojos con esa mirada que parecía excavar en mis pensamientos.

Atenta a mi silencio prosiguió:
- No debería joderte. Pero si te jodiera, bueno... siempre podemos seguir siendo amigos.

Zás! Esa era la frase que no quería escuchar: "Siempre podremos seguir siendo amigos". O sea... de coger ni hablar.
Le dí otra pitada. Esta vez, ansioso por escuchar su propuesta. Saber dónde carajo terminaba la punta de ese ovillo que se desmadejaba delante mío, que observaba con atención, estupor y pánico. Pánico por perderla. Porque estaba cómodo. Sí. Nos veíamos dos veces por semana y estaba todo bien. ¿Para qué cambiar lo que funcionaba perfecto?.

Ella retomó la conversación, a estas alturas más bien devenida un monólogo.
- No tenés motivo para que te joda. Porque no tuviste ni pérdida ni sensación de pérdida.
- ¿Y cómo sería eso? - Me animé a preguntar.
- No tuviste pérdida porque tus dos días los tuviste siempre. No te quité nada. Y tampoco tuviste sensación de pérdida porque cada vez que nos vimos ni siquiera pensaste que había cambiado algo.
- Es verdad. No percibí siquiera que salieras con alguien más. ¿Cuánto tiempo llevás saliendo con los tres?
- Un año.

Carajo, un año!! Ya a estas alturas no sabía si yo había sido el primero, por lo cual debería haberme ofendido, o si habia sido el afortunado tercero que estaba disfrutando de un bien ajeno.

- No. No me jode. - Dije como si nada pasara. Y apagué el pucho.


Seguimos por un año más.
Después ella se mudó a Ballester, a casa de sus padres.
Con el tiempo perdimos el contacto.
Nos encontrábamos ocasionalmente por distintos motivos.
Hasta que un día dejé de verla (y ella a mí).
Llamé a su casa y me atendió una voz familiar.
Me hice el serio y pregunté: "¿Está Ana María?"
- ¿Quién habla? - me preguntó una voz sorprendida.
- José Luis. Un amigo - Y esperé ser reconocido aunque más no fuera por el nombre.
- Ana María murió hace dos años. Soy la madre. - Sentenció lapidariamente la voz.
Y desde ese entonces recuerdo cada conversación que tuve con ella.

Escrito en Julio de 2008 en memoria de A.M.F.

No hay comentarios: