lunes, 28 de julio de 2008

Crónicas de Tierra Adentro VI - Bona Fide

Alcorta, 1988.
En aquellos entonces yo visitaba regularmente a mi padre, viviendo en casa de su hermana, Emilia Maite.
Ella me trataba como una madre. No puedo quejarme.
Yo llegaba por la madrugada de los sábados y ella, diligentemente, se levantaba a abrirme la puerta. Siempre con una sonrisa.
Así cada vez que la he visitado. Nunca se lo agradecí lo suficiente. Y ya no podré.

Ella se levantaba todos los días a las seis de la mañana. Sin importar si fuera sábado o domingo.
En su rutina ella tenía la costumbre de tomar unos mates y luego pasar un trapo por toda la casa que aun hoy me pregunto para qué, si estaba reluciente.
Apenas entrada en calor, abría la puerta de la cocina que daba al patio (la otra daba al pasillo lateral) y se dirigía prestamente al lavadero.

Cuando me levantaba al promediar la mañana, ya tenía mi ropa limpia doblada y planchada a los pies de la cama, sobre una silla.
Mi desayuno no se hacía esperar. Nunca supe cómo ella sabía que me había levantado y siempre tenía mi taza de café con leche aguardándome sobre la mesa, acompañado por media docena de tostadas que con devoción ella había preparado sólo para mí.

Llevaba unas dos semanas trabajando en el pueblo, cuando una mañana me preguntó casi como al descuido:
- Che, José, ¿no tenés otra ropa?
- No, Tía. Es la que traje en el bolso. ¿Por qué?
- Es que estás usando la misma ropa desde que llegaste y van a pensar que somos pobres...
- Sí, claro. - dije y me fui a hacer mis cosas.
Esa tarde, casi al anochecer, pasé enfrente de Deportodo y recordé la conversación de la mañana.
Sin dudarlo entré al negocio y comencé a elegir ropa deportiva como para cubrir los días que me restaban en el pueblo antes de regresar.
Al dirigirme al mostrador de la caja, palpé mis bolsillos y recordé que Emilia había lavado mis pantalones y mi billetera había quedado en la casa.
Con no poca vergûenza dije al encargado:
- Por favor, guardame todo esto hasta mañana porque me olvidé la billetera.
- Llevátelo - contestó de inmediato.
- Es que no traje plata y mañana a la mañana vuelvo y te lo pago.
- Sí. Llevátelo - insistió.
- A ver - dije procurando encontrar mi tono más amable - es que me olvidé la billetera en casa y no puedo pagarte ahora. Pero mañana me lo llevo. Seguro.
- Sí. Ya me dijiste. Llevátelo - repitiendo su oferta.
- Pero no voy a pagártelo ahora.
- No.
- Y querés que me lo lleve.
- Si.
- ¿Y cómo sabés que voy a pagarte?
- Mirá - dijo con una sonrisa digna de publicidad de dentífricos - vos sos el hijo de José, que tiene un Volvo.
- Sí.
- El viene siempre a tomar su cognac al Club Unión. Tu tío es Mario, que vive acá a la vuelta.
- Sí.
- Si no venís vos mañana, seguro viene tu papá en la semana y me trae la plata.

Me fui del negocio comprendiendo lo que significaba tener un nombre limpio, con una buena reputación. Eso merecía el crédito.
Y también el significado de la expresión Bona Fide (Buena Fe).

1 comentario:

Unknown dijo...

Siempre les dije a mis tres hijos, que lo mas importante que les iba a dejar, es que hayan aprendido el valor de la palabra, nunca les mentí ni les permití una mentira, la palabra de una persona, lo es todo, de que te sirve tener mucha plata, sino tenéspalabra a la corta o a lalarga, la gente lo sabe y se va de tu lado